Día 1. La jungla de Zarakkar

“¡No, de verdad te lo digo! ¡Algo en mis entrañas me dice que tengo que visitar a mi hijo!”, declaró la anciana canosa, acariciando el caparazón de una enorme tortuga con su mano arrugada.

“Josephine, eres mi mejor amiga desde la infancia, no puedes dejar que me vaya sola”, continuó con decisión, subiéndose al caparazón y arrastrando consigo un montón de trastos viejos. “¿Y si este es nuestro último viaje? De todas formas, de ninguna manera te dejaré atrás, así que ni lo pienses. ¿Y cómo iba a llegar yo sola? ¡Mis piernas ya no son lo que eran!”.

Cuatro gruesas patas y una cabeza vieja y arrugada emergieron del caparazón, y la respuesta llegó malhumorada: “¡Eres una vieja bruja loca, Martha!” Al darse cuenta de que no había manera de salirse con la suya, la tortuga se dio la vuelta y, traqueteando con una carga de bolsas, vajilla y teteras encima, se alejó hacia el noreste con Martha a cuestas.

Día 3. Meseta de Hardan

“Y yo le dije: '¿De verdad vas a ir a la capital, hijito? Ahora, ¿quién va a heredar mi magia ancestral?'. ¿Y sabes lo que me dijo? Me dijo: 'Mamá, ¿no sabes que la ciencia tiene todas las respuestas?'. Pero seguro que fue a la universidad a pasearse, sin gorro ni nada, a congelarse las orejas”.

Josephine murmuró algo en voz baja, pero Martha siguió divagando.

“No podemos esperar que venga siempre a visitarnos a los bosques de Zarakkar. ¡Nos toca a nosotras hacerle una visita!”.

La tortuga siguió avanzando por el camino en silencio, asintiendo con su cabeza moteada y escuchando pacientemente los interminables desvaríos de Martha.

Día 6. Una arboleda encantada
“¡Mira allí, Josephine! ¿Cómo pudo un demonio querer matar a una criaturita tan mona?”. Martha estaba especialmente habladora ese día. “¡Oh, amiga mía querida, vamos a ayudar al pequeño!”

Con un fuerte suspiro, la tortuga cambió de rumbo y se dirigió hacia el lugar. En un claro del bosque, un pequeño animal estaba siendo acorralado por un monstruoso demonio. Afortunadamente, la criatura amenazada (no era otra que Heidi) vio venir a las dos damas en la distancia y mantuvo distraído al demonio mientras se acercaban. Acercándose sigilosamente por detrás del desprevenido enemigo, Josephine se alzó de repente sobre sus patas traseras y rugió un conjuro en una lengua antigua que levantó un torbellino de hojas en el aire. Aprovechando la confusión momentánea del demonio, Heidi fue la siguiente en lanzar un ataque. Gracias a la magia de Josephine, la Guardiana empezó a moverse tan rápido como un rayo, rodeando al enemigo. Sobre el demonio llovieron Flores de la Muerte y Baba Tóxica hasta que este se arrugó y explotó. Una vez derrotado el monstruo, Heidi hizo una profunda reverencia a sus salvadoras y se internó en el bosque.

“La juventud de hoy en día, ¡qué desagradecida! Nosotras acudimos en su ayuda y ellos...”

“Deja de refunfuñar, Martha”, interrumpió la tortuga, agachándose para permitir que Martha volviera a subir a bordo. “Vámonos”.

Día 8. Las afueras de Wilheim

“¿Has visto lo bien que ha funcionado el Juramento de la Predecesora? La pequeña se movía tan rápido que hacía que ese demonio pareciera... bueno, ¡una tortuga!”

“¡Martha, agáchate!” De repente, Josephine se dejó caer con sorprendente agilidad sobre su vientre, metiendo rápidamente las piernas en su caparazón.

Una ráfaga de flechas toscamente fabricadas voló sobre sus cabezas. Al volverse, Martha vio que un grupo de orcos había salido de una emboscada y corría hacia ellas. Pero las damas no habían tenido tiempo de despedirse de sus vidas cuando un poderoso troll salió de detrás de los árboles.

“¡Jhu! ¡Cuántos años hace que no te veíamos!”, exclamó Martha entusiasmada, señalando al Guardián. Jhu saltó hacia delante, colocándose entre la mujer y los orcos. Protegido por los espíritus de sus antepasados, desató una tormenta de bumeranes de hueso sobre los enemigos, abatiendo a una docena de ellos. Pero los orcos seguían llegando y, al recibir un profundo corte en el hombro, el Guardián empezó a perder la ventaja. La situación empezaba a ser desesperada. “¿Qué tal una taza de té, Josephine?”, preguntó de repente Martha. “¡Una idea espléndida, mi vieja amiga!”, respondió ceremoniosamente la tortuga. “Prepararé un poco ahora mismo”. “Estas viejas han perdido completamente la cabeza”, murmuró Jhu, defendiéndose de los orcos que se acercaban con las últimas fuerzas que le quedaban.

Justo entonces, una extraña pirámide de teteras y tazas apareció junto al trol. Lo único que vio después fue que toda la estructura hervía, emitiendo una fragante nube de vapor caliente que envolvió al guerrero. Sorprendentemente, sus heridas empezaron a curarse y cerrarse de inmediato, y el Guardián se sintió como nuevo. Con renovado vigor, Jhu volvió a la ofensiva, y la batalla no tardó en terminar. Cuando el polvo se asentó, la zona estaba llena de bumeranes de hueso y cadáveres de orcos.

“¡Gracias por vuestra ayuda! Vosotras dos, abuelitas, sí que sois valientes guerreras”, exclamó el trol.

¿“Abuelitas”?, espetó Marta, que casi se cae de la concha de la indignación. “¿Por qué no nos muestras el camino a Strongford? 'Abuelitas', ¡qué ocurrencia! ¡Tendrá valor!”

“Vamos, Marta”, respondió la tortuga en tono tranquilizador. “Venga, ya falta poco para llegar a la capital”.

Día 10. Strongford

Las dos viejas amigas encontraron rápidamente la universidad y se dirigieron a la sala de conferencias. Allí estaba su hijo, sentado ante un escritorio con montones de papeles y pergaminos apilados.

“¡Cornelius, siempre envuelto en tus libros!” Martha rompió el silencio de la habitación, sobresaltando a su hijo.

“¿Mamá?”, el anciano científico se levantó de su escritorio sobresaltado, haciendo volar los papeles. “¡Qué... encantadora sorpresa!”

“Bueno, ¿qué esperabas, hijito? ¿Cuánto tiempo tendré que esperar hasta que mi querido hijo se case y me dé una prole de hermosos nietos?”. Un brillo travieso centelleó en los ojos de la anciana.

“¡Ay, mamá!” Cornelius, con las mejillas sonrojadas, miró a su alrededor agitado.

“¡Nada de 'mamá'!” ¿Para quién voy a hacer pasteles? ¿Quieres que vaya por ahí cambiando los pañales de los nietos de los demás?” Un astuto entrecerrar de ojos delató que Martha sólo estaba bromeando, pero el académico se limitó a murmurar algo y a fingir que ojeaba sus papeles.

“¡Vamos, Cornelius, estoy de broma! Josephine y yo sólo venimos a decirte que te echamos de menos y que te queremos mucho”. A continuación, madre, hijo y tortuga se abrazaron.

La velada pasó volando, pasaron horas conversando en torno a exóticas teteras, intercambiando miradas cálidas y comprensivas, e incluso alguna lágrima de alegría. Marta y Josefina pasaron la noche en casa de Cornelius, y a la mañana siguiente se prepararon para el viaje de regreso. Pero, ¿quién les iba a dejar volver ahora?

La noticia de cómo las dos ancianas habían ayudado valientemente a los Guardianes en la batalla había llegado a Strongford incluso antes que ellos. Jhu y Heidi, tras comentar los acontecimientos con Engvar, sugirieron que ambas se unieran a las filas de los legendarios defensores de la paz. Martha y Josephine aceptaron sin vacilar. ¡Al fin y al cabo, siguen siendo jóvenes de corazón y siempre están dispuestas a vivir aventuras!