Varios chicos harapientos estaban sentados en el porche de la choza de Progar, protegiendo de la lluvia sus zapatos llenos de agujeros.
“Hace frío”, murmuró uno de ellos.
“Sí, me estoy helando”, respondió un segundo, viendo cómo se condensaba su aliento.
“¿Y qué podemos hacer?”, susurró un tercero, temblando.
El harapiento grupo permaneció sentado así durante una hora más. Luego, uno a uno, los niños entraron a regañadientes. La choza de Progar era su morada actual, pero harían cualquier cosa por no volver allí. La destartalada vivienda podría haber sido un verdadero palacio para los niños desamparados, si no fuera por el propio Progar, un tirano vil y cruel que obligaba a los niños a trabajar como esclavos. Capturaba, engañaba o compraba los chicos a traficantes de esclavos y los hacía mendigar en las calles de Strongford. Ellos daban a Progar todo lo que podían reunir.
Si el avaro no quedaba satisfecho con lo que traían a casa, les daba una buena paliza. Los chicos que trabajaban como ladrones solían librarse con unas esposas, pero los mendigos recibían toda la fuerza de la ira de Progar. Pero eran Helios y Pax quienes se encontraban en la peor situación. Estas pobres almas se convirtieron en sacos de boxeo en cuanto llegaron a las puertas del tirano: eran mendigos fracasados, pero se negaban a robar, diciendo que era indigno de ellos. Intentaron ganar un dinero extra haciendo malabares en la calle, pero todo fue en vano.
Cada vez que se emborrachaba, Progar entraba en la habitación de los mendigos y castigaba brutalmente a los primeros niños que caían en sus manos. Para evitarlo, algunos decidieron empezar a robar y se instalaron en la habitación de los ladrones. Los demás, escondiendo las lágrimas y frotándose los moratones, se metían en la cama y esperaban ansiosos a que amaneciera. En esas noches, Helios ni siquiera podía cerrar los ojos. Daba vueltas y vueltas en sus manos a las redondas piedras blancas con las que tanto le gustaba hacer malabares en la calle. Eran sus talismanes, su único solaz y consuelo.
Otro día en la calle con la mano tendida. Otro huérfano que no logra escapar. Otra paliza. Y Helios, una vez más, yacía despierto en la cama, cambiando sus piedras de una mano a otra. La primera piedra, la segunda, luego la tercera, una y otra vez...
Un nuevo día. Gachas insípidas y una patada en la espalda, a las frías calles. Volver a casa con las manos vacías. Una paliza. La primera piedra, la segunda, la tercera... Otra noche sin dormir. Los primeros rayos de luz brillaron a través de los barrotes de la ventana. La primera piedra, la segunda, la tercera, la cuarta. Espera. ¿Cómo? Helios lo pensó dos veces: había una piedra de más. En su palma abierta yacía un orbe brillante y luminoso. “¡Vaya, qué brillo más bonito!”, susurró el chico para sí. Una repentina oleada de calma y bienestar se apoderó de él. Se levantó, se vistió y, por primera vez en mucho tiempo, salió a la calle más aligerado.
La cuarta piedra iba y venía, aparentemente por voluntad propia, y pronto Helios se acostumbró a sus repentinas visitas y dejó de sorprenderse. El orbe resplandeciente saltaba obedientemente a las manos de Helios y descansaba allí, como si respondiera a cada uno de sus pensamientos.
Una noche, Pax desapareció. Helios y este frágil niño habían sentido una profunda conexión a través de su desgracia compartida, y ahora el borracho Progar simplemente había barrido al niño de su camino como si fuera basura. Y todos en la choza sabían que estaba a punto de llegar otra tragedia. Tras haberse jugado todo su dinero en la taberna, el monstruo estaba furioso y sediento de sangre. Cuando volvió, empezó a poner la casa patas arriba presa de la furia, destrozando muebles, platos y cualquier cosa que se interpusiera en su camino. Esta vez parecía haber perdido completamente la cabeza.
Al oír que se acercaba, Helios reunió a los chicos heridos y los metió en la habitación de los mendigos, cerrando la puerta con fuerza tras de sí. Entonces empezó a atrancar la puerta utilizando camas, sillas, escobas y cualquier otra cosa que tuviera a mano. Pero no había pensado en ningún otro plan, y las puertas ya traqueteaban traicioneras bajo los fuertes golpes de aquel asesino de niños. Helios apretó desesperadamente las piedras que tenía en la mano: la primera, la segunda, la tercera... Los niños heridos gritaban pidiendo ayuda en la oscuridad, mientras que otros permanecían inmóviles, paralizados por el miedo. Había que hacer algo. ¿Pero qué? Helios apretó aún más el puño y... ¡ahí estaba! Había aparecido la cuarta piedra. En ese momento, la puerta se hizo pedazos con un crujido aterrador.
Pero cuando Progar irrumpió en la habitación de los niños, fue alcanzado por un cegador rayo de sol que descendió desde algún lugar en lo alto y lo envolvió en una insoportable oleada de dolor. Gritó y aulló maldiciones mientras agitaba los brazos salvajemente, tratando aún de alcanzar a los niños. Mientras tanto, fue rodeado completamente por esferas de luz que escupían llamas e inundaban la habitación con un resplandor brillante. Un momento después, el reinado del terrible Progar había terminado.
La luz resplandeciente abrazó cálidamente a los chicos, curando sus heridas, y luego se desvaneció suavemente. Cuando el polvo se asentó, los niños mendigos levantaron la vista y vieron a Helios de pie con las manos abiertas, en una de las cuales flotaba tranquilamente un pequeño orbe dorado, como un sol en miniatura. Luego se encogió y desapareció, pareciendo fundirse con su mano. De sus ojos salió un destello dorado por un momento, como la luz de las estrellas, y luego volvieron a la normalidad.
“Tú y yo somos uno ahora”, dijo Helios, dirigiéndose a la piedra dentro de su cabeza. Como en confirmación de estas palabras, un agradable calor recorrió su cuerpo.
Tras comprender y asimilar su nuevo don, el propio Helios se acercó a los Guardianes y fue aceptado inmediatamente en sus filas.
Héroe
Helios
Mago/ Apoyo
Lucha en la retaguardia
Inteligencia
Helios es hijo de las estrellas. Cuando era huérfano, encontró su destino atrapando una estrella caída. La energía de ese gran milagro cósmico cambió al niño para siempre. Ahora las estrellas sirven al heraldo del sol, y los rayos celestiales están a su servicio.
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Estadísticas máximas
Poder189 951
Salud702 466
Penetración mágica3 490
Fuerza2 810
Armadura25 023
Daño físico24 480
Agilidad2 815
Daño mágico146 472
Resistencia mágica43 619
Inteligencia18 800
Puntos fuertes y puntos débiles
Puntos fuertes:
Eficaz contra equipos de daño físico, especialmente los que infligen mucho daño crítico.
Alto daño cuando es apoyado por otros magos que pueden aumentar la penetración de la defensa mágica. Gran sinergia con Orion.
Puntos débiles:
Débil contra antimagos (Isaac, Cornelius, Rufus).
Débil contra héroes que pueden contrarrestar eficazmente el daño de área (ej. Corvus, Lian).
Asistencia
Helios
Habilidades
Nacimiento estelar
Helios dirige 3 esferas solares nuevas, todas hacia la primera línea de un equipo enemigo, donde explotan, provocando daño en área.
Daño esfera: 72412 (Depende del daño mágico)
Viento solar
Invoca una esfera llameante e invulnerable, dañando a los enemigos cercanos durante 10 segundos.
Daño prolongado: 15947 (Depende del daño mágico)
Guardianes celestiales
Invoca 2 esferas de protección en el punto central de tu equipo. Las esferas protegen a los aliados cercanos y absorben el daño físico que reciben.
Cada esfera absorbe 148075 (Depende del daño mágico) de daño
Castigo abrasador
Mientras viento solar está activo, cada vez que los aliados de Helios reciben un golpe crítico, la esfera llameante puede dañar al atacante con un rayo de fuego.
Daño por represalia: 129354 (Depende del daño mágico)
Helios
Artefactos
Vara de los mil soles
Probabilidad de activación: 100% Armadura: +50190
Tomo del saber arcano
Daño mágico: +16731 Salud: +83649
Anillo de inteligencia
Inteligencia: +6249
Necesito un héroe
¡Conviértete en una leyenda!