“Tarde o temprano, el miedo envuelve la mente de cualquier criatura. No hay donde huir, ni donde esconderse. El miedo está en todos nosotros. ¡No temas a la muerte, o morirás!”.

Epopeya de los Ashlur. Capítulo 1117, Precepto de Innora

En cada bache de la carretera, las barras de metal se clavaban dolorosamente en las costillas, igual que habían hecho con miles de cuerpos antes. Los carros estaban repletos de esclavos de todas las edades, hacinados en las jaulas como ganado. El sudor, el hedor de los excrementos, las náuseas provocadas por la comida podrida y el miedo: las desafortunadas almas se miraban unas a otras, compadeciéndose de su destino común. Cargados de grilletes y con el corazón encogido, emprendieron un viaje al otro lado del mundo. ¿Y qué les esperaba allí? La piel gris verdosa de los cautivos indicaba su pertenencia a la tribu Ashlur. Este pequeño pueblo llevaba más de una década sufriendo asaltos y esclavitud, y no podían hacer nada al respecto. Llevaban el miedo en la sangre y en los huesos. Y así, los Ashlur permanecían sin dormir, mirando en la oscuridad con ojos llenos de terror mientras su convoy se abría paso implacablemente a través de la noche.

¡Pero mira a ese joven de la esquina, agarrado a una baratija con forma de pájaro! Parecía tenso, sí, un poco enfadado, pero notablemente libre de los signos del miedo. En un instante, una pluma de color negro intenso salió de su cuello, brillando intensamente con matices azules. Sus manos apretaron más fuerte el pájaro. Dejó que sus dedos recorrieran la madera pulida, acariciando sus garras, su pico... ¡Otra pluma creció en su cuello! Sin soltar su talismán, el joven se levantó lentamente y empezó a hablar:

“¡Compañeros de infortunio, hermanos en la desgracia, no temáis! Depositad vuestra fe en mí, y todos os salvaréis”.

¡Otra pluma, y ahora largas garras en su mano derecha! El desconocido agarró la figura de madera con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos. Sin que los esclavos lo supieran, en ese momento todas las lámparas de la cabecera de la caravana se apagaron repentina e inexplicablemente. “¡Maldita sea, Forg!”, gritó el conductor ebrio de la caravana, asustado por este extraño suceso y por la oscuridad que lo envolvía. “¡Volved a encender esas malditas lámparas!”. Mientras tanto, en el carro, el hombre emplumado continuaba su discurso:

“El miedo conduce a la debilidad, ¡pero debemos ser fuertes! Es hora de que dejemos de pensar como esclavos, temblando cobardemente y aguantando esta humillación”.

Mientras hablaba, le crecieron más plumas por todo el cuerpo y le brotaron garras de la otra mano y de los hombros. Sus ojos empezaron a brillar con un inquietante resplandor azul y su nariz se alargó hasta convertirse en algo muy parecido al pico de un pájaro. Y para rematar (literalmente), un extravagante sombrero de copa apareció en su cabeza.

“Salvaré a nuestro pueblo y seré despiadado con quienes nos han agraviado. A cambio, sólo os pido que abandonéis el miedo a la muerte... ¡si no, os espera la muerte!”.

A la cabeza de la caravana, estalló una conmoción. Uno de los guardias parecía haber vislumbrado algo en la oscuridad y estaba aterrorizado. Lanzó un grito escalofriante y, desenvainando su espada, cargó contra uno de sus compañeros guardias. La sangre se derramó y cundió el pánico. Algunos de los traficantes de esclavos salieron a la caza de la “bestia que acecha en el bosque”, para acabar asesinándose unos a otros en la oscuridad. Los que se quedaron con la caravana se encogieron de miedo, observando una ominosa sombra negra que revoloteaba en el cielo. De repente, el conductor jadeó, se agarró el corazón e inexplicablemente murió en el acto. Algunos de los esclavos permitieron que el miedo entrara en sus corazones y mentes, donde les drenó la fuerza y la vida, dejándolos muertos en el suelo del carro. Los demás permanecieron en silencio, observando sin decir palabra lo que ocurría. Su amigo emplumado continuó:

“Me llamo Phobos. Recordadlo y dejad a un lado vuestros miedos”.

Phobos abrió entonces la jaula con un solo movimiento de la mano e invitó a los cautivos a respirar el aire fresco de la libertad. Todo lo que quedaba de la banda de traficantes de esclavos era un puñado de personas que se arrastraban y gemían impotentes en la oscuridad. Sus corazones, sacudidos por el miedo, latían frenéticamente como mariposas atrapadas en un frasco, y la sustancia espesa y oscura de su fuerza vital salía de ellos, fluyendo hacia el hombre-pájaro. Ya libres, los esclavos supervivientes abrieron el resto de las jaulas, acabaron con sus verdugos y ya no tuvieron miedo a nada.

El misterioso Phobos acabó abandonando al pueblo Ashlur para ir en ayuda de otros en apuros, pero su recuerdo se transmite de generación en generación. Los Ashlur ya no conocían el miedo y, a partir de ese día, nunca más se dejaron subyugar por nadie.

Si quieres saber quién es Phobos y cómo acabó en la jaula de los esclavos, puedes visitar a los Guardianes y preguntárselo. Pero si hay la más mínima pizca de miedo en tu alma, ni se te ocurra acercarte a él.