Todo el que visita el palacio de la familia Orman no puede evitar fijarse en el antiguo bajorrelieve que representa a un escorpión gigante en posición de combate. El clan Orman remonta su linaje a los tiempos de los Dioses Olvidados del Oasis de Adjalar. Uno de estos dioses era Akhreb Ummi. Recibía muchos nombres: la Madre de los Escorpiones, la Protectora de los Engañados, la Compensadora... Pero era más conocida como la diosa encargada de castigar a los traidores, a los que no mostraba piedad.

Durante varios siglos, los Orman tomaron a Akhreb Ummi como patrona y siguieron fielmente sus preceptos. Eran conocidos en todo el país como una familia que trabajaba honradamente y trataba a todos con respeto, pero castigaba severamente a quien les traicionaba. Esta actitud inspiraba la confianza y admiración de quienes les rodeaban, y el negocio de los Orman se convirtió rápidamente en uno de los más rentables del oasis.

Su asombroso éxito llamó la atención del emperador, que honró a los Orman con un título aristocrático. Año tras año, generación tras generación, los Orman fueron aumentando su riqueza y su influencia. Con el tiempo, su veneración por los dioses dio paso a la fe en el dinero, y el principio rector de sus antepasados —la justicia— cayó en el olvido. La influyente familia utilizaba su poder para desacreditar e intimidar a sus rivales; los más desafiantes eran eliminados sin piedad. Abandonaron por completo las costumbres de Akhreb Ummi y, finalmente, el único resto de la herencia de este antiguo linaje fue un único bajorrelieve en una de las salas de la mansión.

Ziri, la hija de Mensah Orman, era la única de la familia que recordaba a la Protectora de los Engañados. Niña tranquila por naturaleza, se pasaba días enteros en su habitación, jugando con un escorpión tallado en ágata ahumada. Ziri se sentía completamente fuera de lugar entre sus parientes, que a su vez la consideraban una niña extraña, cuando no una lunática.

Al crecer, no le impresionaba su riqueza, y la crueldad y la insensatez de su familia la horrorizaban, al igual que la avaricia de su padre. “¿Cómo acabó el clan que eligió a Akhreb Ummi como patrona convirtiéndose en el epítome de la anarquía y el engaño?”. Ziri se lamentaba sola en la oscuridad de su habitación, mientras oía cómo su padre ejecutaba en el patio a otra desafortunada alma bajo cargos falsos.

¿¡Pero qué era eso!? Se había montado un alboroto en la calle. Ziri se asomó a la ventana y vio a una turba de campesinos enfurecidos marchando hacia la finca de los Orman. Hartos de la tiranía de los aristócratas, habían decidido ajustar cuentas con Mensah Orman y su familia. “¡Es hora de romper este círculo vicioso! ¡Basta de traición, basta de injusticia!“, gimió la muchacha, paralizada por el miedo mientras los enfurecidos campesinos irrumpían en la casa.

Oyó a la turba sedienta de sangre irrumpiendo en la casa, asesinando a los Orman uno a uno sin perdonar ni una sola alma. Incluso los niños y los ancianos fueron víctimas de su loco frenesí. Gritos de agonía resonaban por los pasillos, mientras Ziri empezó a susurrar una plegaria: “Oh Akhreb Ummi, gran Madre de los Escorpiones, por favor salva a tu hija devota...” Los horribles sonidos de la venganza estaban cada vez más cerca. “Yo, Ziri, juro convertirme en tus ojos y oídos. No sucumbiré a la rabia ciega, pero seré despiadada con los traidores”. El miedo invadía la mente de la muchacha, pero continuó rezando. “Que tu cuerpo me proteja del mal, que tu espíritu me ayude a distinguir la Luz de la Oscuridad. ¡Ven, Akhreb Ummi!”

En ese momento, los enfurecidos intrusos irrumpieron en la habitación de Ziri, cuchillos ensangrentados en mano. Sus ojos ardían de furia y la sangre de sus frías espadas goteaba por el suelo. Su líder lanzó un grito escalofriante y se abalanzaron sobre la indefensa muchacha. Sus espadas centelleaban en el aire mientras las paredes y los muebles se teñían rápidamente de rojo carmesí. Así pereció la última heredera de la familia Orman, y la historia del gran linaje aristocrático llegó a su fin.

Los asesinos se dirigían hacia la puerta, cuando de repente oyeron un amenazador golpeteo a sus espaldas. Se dieron la vuelta y sus rostros se contorsionaron en expresiones de puro terror. Ante ellos, erguida sobre seis robustas patas quitinosas, estaba Ziri. Había vuelto a este mundo con una nueva forma. No había signos de odio en su rostro, pero sus ojos brillaban con una determinación inquebrantable de hacer justicia con quienes habían traicionado sus propios principios y promesas. El corazón de Ziri latía violentamente, como si fuera a salírsele del pecho. Ahora los ojos, el cuerpo y los sentimientos de Akhreb eran los suyos. ¡Se había convertido en la mismísima Akhreb! ¡Que se haga justicia!

Hoy, mientras camina por los pasillos de su hogar ancestral, la honorable Guardiana rememora días pasados; el momento de su transformación, la milagrosa supervivencia de su hermana pequeña, la elección de tomar el camino recto y la carta de aceptación en el escuadrón de héroes del emperador Ingvar. Ziri sabe que tomó la decisión correcta.