Los cielos de Dagan-Nuhr se llenaron de relámpagos. La puerta estaba casi abierta, y K'arkh iba a ser el segundo en atravesarla, justo después de Brog. Por delante les esperaba otro viaje, otro mundo y otra fatídica desaparición, la de ese mundo... Esperando su turno, K'arkh recordó viajes anteriores: los gritos de los moribundos, la sensación de su propia omnipotencia y un odio ardiente hacia todos los seres vivos. Un agradable calor invadió su cuerpo, mientras anticipaba la nueva destrucción y dolor que iba a causar. Ya se dirigía hacia el portal cuando la voz de Ilyssa interrumpió sus recuerdos:

“¡Te has vuelto arrogante, K'arkh! ¡Date la vuelta y echa un buen vistazo alrededor, porque es la última vez que ves este cielo!”.

La voz de Ilyssa la Tejedora, otra de los cuatro Negadores de la Creación y su compañera de armas, irritó enormemente a K'arkh. Ser la reina de un planeta la dotaba del don de la clarividencia, pero esta vez K'arkh sabía que estaba equivocada. Se conocía a sí mismo y a sus deseos. Todo iría como de costumbre: los cuatro Negadores de la Creación devorarían otro mundo más, sin dejar rastro, y K'arkh regresaría a casa, al abismo sin fin de Dagan-Nuhr, donde ejercía un reinado supremo. Pensando en ello, entró en el portal de Outland.

La oscuridad dio paso a una luz brillante, que hizo que K'arkh entrecerrara los ojos con desprecio, y un odio incinerador lo invadió. El portal llevó a los Negadores directamente al corazón de Dominion, donde estos monstruosos titánicos comenzaron su danza de la muerte. Sangre, horror silencioso en los ojos de sus víctimas, sangre de nuevo, y muerte por todas partes como una gran lluvia refrescante. K'arkh y sus compañeros se estaban deleitando con la carnicería cuando, de repente, el gobernante de Dagan-Nuhr oyó un susurro familiar en su oído:

“¿Te acuerdas de mí, K'arkh? ¿Te acuerdas?”

“Sí, Juez. Han pasado muchos años desde nuestro último encuentro”.

K'arkh se enderezó y se volvió hacia quien le hablaba.

“Dominion es un lugar donde se cruzan muchos caminos. ¿Quizás sea una señal de que no puedes escapar a tu destino? ¿Recuerdas que Él dijo que un día te apartarías del camino de la destrucción y perdonarías la vida de aquellos a quienes desprecias tan perniciosamente? Entonces te reíste y dijiste que todo aquello no era más que balbuceo infantil. Y, sin embargo, hoy se cumplirán sus palabras”.

Un relámpago comenzó a fluir por el cuerpo del Juez. No había ira en su voz; sólo una certeza inquebrantable y milenios de cansancio.

“La salvación de estas personas es tu única esperanza. Una vez fuiste el pináculo de las obras de nuestro Creador, y ahora estás resentido con todo lo que Él trajo después de ti. K'arkh, tu odio te está volviendo loco, y sin embargo el único que realmente merece odio eres tú mismo. Nuestro Creador ha desaparecido, y Nebulosa y yo intentamos encontrarlo desesperadamente”.

“¿Y qué me importa a mí, Juez?” K'arkh hizo un gesto de disgusto. “¡Es algo que te afecta!”

“¿Por qué debería importarte, te preguntarás?” Juez soltó una risita amarga. “Admítelo: tu fuerza ya no es lo que era. Nunca has dejado que tus oponentes te hieran, K'arkh. Hasta hace poco. ¿Y cuántos errores has cometido últimamente que han causado revuelo entre los demás Negadores? El Creador se ha ido y el mundo está fuera de control, el equilibrio se ha roto y las leyes de la creación han dejado de funcionar. Tu fuerza seguirá disminuyendo, K'arkh, hasta que lo encontremos. Por ahora, sigues siendo a la vez omnipotente y temido, pero ¿cuánto durará eso?”.

Las palabras del Juez sabían a medicina amarga. K'arkh no quería oírlas, pero todo era cierto. Tendría que cambiar su forma de actuar y ayudar a estos miserables humanos. Oh, sí, los odiaba, odiaba al Juez y a sus seguidores, odiaba al Creador. Pero no podía permitirse que su fuerza lo abandonara: tendría que renunciar a su papel de Negador. Ilyssa la Tejedora, Brog el Conquistador y Vadjar nunca le perdonarían. Pero no podía arriesgar su propia vida por el bien de su objetivo común.

“Vamos”, gruñó K'arkh al Juez. “Te ayudaré, pero sólo lo hago por mí. Y cuando recupere mis poderes, haré pedazos este planeta y a todos sus habitantes”.

En ese momento, un velo impenetrable de espesas nubes grises cubrió el amenazador cielo de su propio mundo. En el interminable abismo de Dagan-Nuhr estalló una tormenta todopoderosa, las gotas de lluvia azotaban la nada en señal de duelo por su difunto maestro.