El parpadeo de las llamas proyectaba una danza de sombras sobre las paredes cubiertas de hollín de la caverna. El viejo Trott, de la tribu Zarakkar, había reunido a los niños alrededor del fuego y les estaba contando su historia favorita...

“En aquellos días, los Zarakkar eran un pueblo desagradable y cruel. Sólo querían a los niños sanos. ¿Y el resto? ¡No tenían ninguna oportunidad! ¡Se los arrojaba por el Pico del Troll! ¡Directos al profundo y oscuro abismo! Pero no sucedió así con Mojo, no. Su mamá pensaba entregarlo, ¿verdad? Pero, ¿a quién le importaba lo que pensara la madre? ¡Era un debilucho, débil y feo!”

Los niños que escuchaban se tocaban la cara y se miraban unos a otros. El viejo troll continuó: “Y así fue, por el acantilado lo arrojaron. ¡Pero no acabó así su historia!”.

Trott continuó, y los niños escucharon la siguiente parte de su historia absortos, aterrorizados, pero atentos. Cubierto de sangre seca y con rasguños y magulladuras por todo el cuerpo, el superviviente se arrastró entre los cadáveres putrefactos y los huesos antiguos del fondo del abismo. Por la noche, el cuerpo diminuto y agotado del bebé temblaba de frío y, durante el día, el hedor insoportable de los muertos le revolvía el estómago. Y este horror no tenía fin. Descrita vívidamente por el viejo troll en su tosco dialecto, su historia podría provocar escalofríos incluso al más valiente de los oyentes. “¿Qué hacéis ahí sentados? ¡Vamos, echad un poco de leña al fuego! O nos congelaremos de frío, como el pobre Mojo”, gritó Trott a los niños mayores.

Tras esperar a que las llamas volvieran a arder, calentando la cueva y haciendo que las sombras volvieran a bailar por las paredes, prosiguió:

“Durante todo un año, el pequeño Mojo estuvo llorando y pidiendo ayuda, y nadie vino, nadie escuchó al pobrecito. Se arrastraba y se arrastraba, arrancaba la hierba y se comía las raíces, la hierba que se alimentaba de la sangre de sus parientes”.

Para dar más vida a su historia, Trott arrancó un matojo de hierba y, masticándolo cuidadosamente con sus dientes podridos, continuó. Describió extensamente el bosque donde fue a parar Mojo, las ampollas ensangrentadas de sus manos y rodillas, su llanto desesperado y los cálidos recuerdos de su madre que alimentaban su alma. Les contó cómo el chico escapó de una manada de huargos hambrientos, intentó encontrar una salida en la interminable oscuridad del bosque y soportó las constantes picaduras de insectos voraces. Pero, sobre todo, el viejo Trott subrayaba continuamente las increíbles ganas de vivir que ardían intensamente en el corazón del niño. Por último, llegó a la parte más importante.

“De pronto, de la nada apareció Jhu, tirado en el suelo como un pez. Era el guerrero más duro de los Zarakkar, y estaba sangrando de lo lindo. ¡Oh, sí, vaya si estaba sangrando! ¡Y desde lo alto de la colina, los enemigos le disparaban! Oh, fueron tiempos muy malos para el viejo Jhu, ¡muy malos! ¡Parecía que esta vez era realmente el final para él!”.

Entonces Trott intentó describir lo mejor que pudo lo que hizo Mojo. Nadie sabe si los dones del muchacho procedían del sufrimiento que había padecido o si le guiaba la Providencia. Pero aquel niño superdotado se arrastró hacia Jhu y alzó las manos, conjurando un bastón mágico de la nada y entregándoselo. Entonces, erguido y fuerte, Mojo extendió la mano hacia el enemigo, y los espíritus de todos los niños que habían sido arrojados al abismo respondieron a su llamada. Un enjambre fatal de pequeñas calaveras mágicas llovió sobre los tiradores, haciéndolos pedazos. Una vez se hubo ocupado de ellos, Mojo se volvió hacia el herido Jhu e invocó a los espíritus para que lo curaran.

“Y así”, dijo Trott, acercándose al final de su narración, “Jhu, que era el mejor luchador de los Zarakkar, llegó a comprender que los débiles y los feos pueden ser más útiles que los guerreros más fuertes. Incluso le hizo una máscara a Mojo, para que nadie volviera a reírse de su fea cara. Y desde entonces, los dos han sido los mejores amigos. Y Mojo se convirtió en el valiente defensor de los débiles y desdichados, y ahora la tribu ama a sus niños, ¡a todos! Bueno, esta es la historia, chicos... ¡Eh! ¿Quién está cuidando el fuego?”