“¡Los chicos no lloran!” ¡Cuántas veces en su corta vida había oído Satori esta frase! Pero ahora, sus lágrimas fluían contra su voluntad, nutriendo la espesa hierba del jardín del hospital. Sin embargo, Satori no corría el riesgo de que se le reprochara nada: cualquiera que conociera la historia de este muchacho pálido de rebelde cabello negro azulado sólo podía sentir compasión por él.

Estuvo ingresado durante mucho tiempo en el hospital de Kata Ki, en las Montañas orientales. Se corrió la voz sobre él varios años antes, y las habladurías corrían por la región como el viento. Los periódicos locales ofrecían titulares como: “Bebé congelado hallado junto a zorro negro muerto en las montañas”, y “El niño y el zorro: el misterio de las Montañas Orientales”.

Una familia, al oír la historia y sentir una gran empatía, decidió adoptar al niño. Por desgracia, a pesar de sus mejores intenciones, este plan no salió muy bien. El niño empezó a sufrir terribles dolores, a llorar amargamente durante días y días, y su piel se volvió blanca como el mármol. Además, en su frente y muñecas apareció una extraña erupción: marcas escarlata en forma de símbolos ominosos.

Su devota familia adoptiva entró en pánico y se deshizo apresuradamente del niño, creyendo que estaba poseído por demonios. Los sacerdotes del templo Kuraku, donde la familia lo llevó, se tomaron la historia muy en serio y decidieron que el pobre niño necesitaba tratamiento. Así, Satori pasó los siguientes meses atrapado en una mazmorra subterránea, sufriendo una agonía tanto física como mental.

Finalmente, los sacerdotes admitieron su incapacidad para deshacerse de los demonios que había en el interior del niño, pero decidieron no recurrir a ninguna medida extrema, viendo lo enfermo que ya estaba el niño y pronosticándole una muerte prematura. Así que llevaron a Satori al hospital para enfermos terminales, dejándole sólo unas oraciones, una muda de ropa y un abanico, el juguete favorito del niño. Así fue como acabó en el sanatorio de Kata Ki.

A medida que pasaban los años, los dolores de Satori no hacían más que agravarse, sumiéndolo aún más en la desesperación, obsesionado por el anhelo de libertad. Su austera habitación, donde pasaba todas sus horas, no le ofrecía ningún respiro tranquilizador: sólo una cama, cuatro paredes, un suelo y un techo. Sólo una vez a la semana lo sacaban de su confinamiento para que respirara aire fresco en el jardín, donde lo dejaban tumbado en una camilla mientras limpiaban su habitación.

Y ahora, incapaz de contener las lágrimas, Satori miraba sin esperanza el cielo azul sobre su cabeza, escuchaba el canto agridulce de los pájaros y soñaba con ser libre como ellos. ¿Pero qué era eso? Su mano, que colgaba sin fuerzas de la camilla, sintió el suave contacto de alguien.

“Buenas tardes, Satori”, le susurró una voz al oído, y por el rabillo del ojo vio un destello de pelaje oscuro y esponjoso. “¿Quieres ser nuestro hermano?”

“¿Quién... quién eres?”, preguntó el chico, olvidando por un momento su melancolía.

“Somos los hermanos de aquel cuya alma absorbiste cuando eras un bebé, y por quien has sufrido todos estos años. Podemos quitarte el dolor y recompensarte por todos tus largos años de sufrimiento. Simplemente debes aceptar un regalo especial y fusionar tu alma con la de nuestro hermano”.

“¡Sí, sí! Te harás fuerte, Satori”, dijo otra voz de zorro.

“Él te eligió, Satori. Eso significa que eres digno de este regalo”, resonó una tercera voz. “¡Te convertirás en un verdadero mago!”

“Yo.. ¡No sé! ¡Podéis recuperar el alma de vuestro hermano si queréis! ¡Yo nunca la quise!” murmuró el chico entre dientes.

“El alma ya te ha elegido. La única solución es que acordéis compartirlo todo a partes iguales. ¡Es lo más justo!”.

“Bueno, entonces... Muy bien, que así sea”, respondió cansado el inválido.

“¡Está hecho! ¡Vamos, levántate, tenemos mucho que hacer!”.

“¡Venga, levántate ya!”

De repente, Satori se dio cuenta de que todo el dolor había abandonado su cuerpo, dejando en su lugar sólo una increíble sensación de ligereza. Y... ¿qué era eso? Sí, ahora tenía una cola de zorro oscuro muy esponjosa.

Dio un paso, luego otro, y luego echó a correr, saltando y brincando por el jardín con gritos de alegría sin límites. ¡Se sentía tan bien! Satori rebosaba energía, corría como el viento, agitando su abanico favorito. De vez en cuando, a lo lejos, atisbaba un hermoso zorro negro, que corría grácilmente a su lado por el bosque...